El step es una disciplina que hoy en día parece un tanto viejuna, ojo, que a mí me encanta. Es una de las modalidades aeróbicas que más tiempo he practicado y con muy buenos resultados. Divertida y efectiva, es un trabajo aeróbico sí, pero con un importante componente muscular y gran presencia de la coordinación. Lo que pasa es que hoy en día parece difícil encontrarla en las programaciones de los gimnasios, con suerte igual localizas una clase perdida entre el zumba, el crossfit o el xtremgap.
El step tiene ya sus años, es de principios de los 90 y, como su propio nombre indica, se trata de subir y bajar un escalón a ritmo de la música creando una coreografía que puede ir de lo más simple a lo más complicado.
La conocí hará más de 15 años (uff!) y al principio debo admitir que estuve a punto de rendirme y es que no daba pie con bola, o con escalón. Entré en una clase que ya tenía un nivel y me costó horrores eso de controlar subidas, bajadas, giros, cambios a derecha, izquierda, vueltas? Me hubiera gustado grabarme como ejemplo de pato mareado, bueno mejor no. El caso es que con mucha insistencia por mi parte, mucho fijarme y mucho trabajar mi lateralidad conseguí pillarle el tranquillo y a partir de ahí todo fue rodado. Me encantaban las coreografías, saltando arriba y abajo al ritmo de la canción de moda. De hecho el verano del step cuando salía por ahí no bailé normal ni un solo hit, me miraban raro vale, pero ¡y lo bien que me lo pasaba y...